Caso 1: El masculino universal no es el genero universal, pero se aprende a pensarlo así. Se trata de identificar la falsa neutralidad lingüística. La costumbre no es desinteresada, un ejemplo de esto es el sesgo epistemológico que nos hace pensar en hombres siempre que desconozcamos algún rasgo de genero femenino.
Para ilustrarlo pensemos en la regla que nos dice que es correcto emplear el masculino genérico cuando nos referimos a un grupo de personas, por ejemplo en “El feminismo en España recibe aportaciones de los pensadores E. Pardo Bazán, L. De León y C. Arenal” de tres personas nombradas solo una es un hombre, si habláramos de las pensadoras estaríamos cometiendo un error al inducir la creencia de que L. De León es una mujer, fenómeno que por alguna extraña razón no ocurre a la inversa con Emilia Pardo Bazán y Concepción Arenal, aquí para la regla del masculino universal parece que el hecho de que sean mujeres es menos relevante. El masculino genérico es la estratagema para que el androcentrismo siga operando, emplear la regla de la inversión (por ejemplo hablando en femenino genérico) desmonta la neutralidad simbólica que nos han inculcado.