Los hombres bisexuales y gais tenemos una relación difícil con la masculinidad, no menos que la que tienen los demás varones. En nuestro imaginario particular está el varón con pluma, es decir, con expresión de género femenina, como cualidad de nuestra orientación sexual. Hay algo perverso cuando escuchamos espontáneamente que no se nos nota nuestra orientación sexual. Debemos al activismo trans la noción del passing, que se emplea como marcador de correspondencia cisexual: cuando nuestra identidad de género y orientación sexual "pasa" desapercibida.
Cómo nos expresamos y qué ropa o gustos artísticos tengamos son vinculados con el deseo y el erotismo. Pues bien, esa vinculación es cultural y la forma, la tipología de ese vínculo, está en la base de un entramado mayor que es el sexismo. Pero la expresión de género es sólo un marcador -teniendo en cuenta que ningún marcador es neutral- y para pensar nuestra masculinidad necesitamos contar con más herramientas, de ahí que sea importante atender a todos los espacios de socialización.
Me dijeron que todos somos simplemente personas y me lo creí
Necesitamos un toque de atención para caer en la cuenta de que eso que nos habían dicho nos impide entender la realidad de la violencia de género, la brecha salarial, la existencia del suelo pegajoso, la lgtbifobia... ¿Si somos "simplemente" personas por qué hay experiencias radicalmente opuestas? ¿Por qué yo temía encontrarme con un grupo de hombres en el botellón y salía con miedo de que me llamaran maricón? ¿Por qué no he tenido miedo a que me violaran pero sí a que me dieran una paliza?
Lo primero que sentí es que por mi orientación sexual me podían dar una paliza, entonces pensé que este sentimiento primario es el que sentía mi amiga cuando tenía miedo de volver a casa sola después de salir de fiesta y su madre nos pedía a los chicos del grupo que fuéramos hasta su casa con ella. No es un caso aislado, hoy muchas mujeres habrán sentido ese miedo.
Cobran sentido estas palabras de Jokin Azpiazu: "Asumirnos como hombres significa ser capaces de pensar en nuestra experiencia colectiva en una sociedad absolutamente generizada en la que, independientemente de nuestros sentimientos hacia nuestra hombría, hemos caminado por un sendero diferenciado que ha incluido, casi siempre, ser reconocidos y tratados a través de nuestros privilegios".
La masculinidad planteada como problema político, no como cuestión identitaria, nos conduce a situarnos a los varones en el meollo sin equidistancias.
Reconocer en nuestra propia piel desafíos estructurales de desigualdad nos deja marca. Como diría Harding, sólo quienes están en posición de poder dejan de acceder al conocimiento que reside en otras esferas menos privilegiadas, por tanto, como individuos debemos estar atentos a las marcas que nos desafían, pues apuntan a experiencias que desconocemos y que en términos de desigualdad estructural nos compromete.
Soy varón cisgénero y homosexual, mi socialización ha estado marcada por la división de géneros en todos los espacios. Desde el caminar por la calle, hasta las actitudes y emociones que me están permitidas tener, el género "hombre" ha significado un ideal de expectativas, funciones y roles que debía poner en mi piel.
Hablo de piel porque en ocasiones tengo la sensación de que hablar en términos abstractos de estructura y sociedad no nos hace salir de la comodidad. Ni condescendencia ni paternalismo es lo que esperan nuestras compañeras mujeres cuando nos apuntan sus experiencias y nos transmiten su conocimiento.
Guasch da en el clavo cuando afirma que los indicadores de masculinidad son cambiantes y depende tanto del público presente como del contexto y de los propios actores. Hay quienes hemos vivido incómodos con la masculinidad socialmente vigente, probablemente por eso sabemos que pensar un hombre de verdad, una nueva masculinidad, no es la solución definitiva.
A la estructura que da inicio a las desigualdades de género es a la que hay que apuntar para poner en jaque al sexismo, mientras no hagamos eso seguiremos colgados de esa tela de araña.